martes, 26 de junio de 2007

REGALO

Solo en su casa helada, el erizo mira la bolsa de agua caliente.

lunes, 18 de junio de 2007

ASPIRACIONES


miércoles, 13 de junio de 2007

QUEDÓ ENANO

No me pregunten por qué. Pero, a esta altura de las circunstancias, no me queda más que reconocer que en la afirmación de que muchas veces los nombres son determinantes del carácter de sus portadores se esconde una gran verdad.

Este tipo, por ejemplo. Se llamaba Narciso (nombre controvertido si los hay, para un especímen de su calibre). Narciso asomó al mundo un 7 de septiembre, año 1889; en Sierra Mojada, Méjico. La noche que nació, el rancho en que su madre daba a luz se sacudía azotado por las ráfagas de un temporal espantoso. El cielo estaba gris morado, y el viento y la lluvia casi levantaban el techo que cobijaba las idas y venidas de la partera y los gritos de la parturienta.

No fue un parto cualquiera. No. Duró muchas horas en que los quejidos y los rezos a voz en cuello de las comadres se esparcían en el aire interminablemente, como aullidos de coyotes. Pero la criatura finalmente llegó. Rozagante y blanca, con el fin de la tormenta. Y tomándola en sus brazos con lágrimas en los ojos, la madre la miró y el nombre escapó de su boca casi como un suspiro de alivio.

Sólo tiempo después, se hizo visible lo que, en aquel 7 de septiembre, ninguna de todas esas mujeres de las que nació rodeado hubiera imaginado jamás: Narciso nunca creció. A los seis años de edad se estancó en los 96 centímetros de estatura y ahí quedó. Enano. Narciso quedó enano.

Pero lo que Dios quita por un lado, dicen las comadres, lo devuelve por otro con creces. Y todo lo que este tipo no ganó en altura supo engordarlo en amor propio, sí señor.

Desde bien chico aprendió a hacerse respetar y temer. Como la cortedad de tamaño nada tiene que ver con la cortedad mental, pronto entendió que era completamente inútil bufar y trotar hasta quedar exhausto tras quienes se reían de él (que por cierto, no eran pocos). Siempre correría con dos desventajas: los dos macetones que tenía por piernas. Así que temprano optó por dejar de lado el sudor para valerse de la maña, como haría después durante el resto de su vida. Le bastaba con sacarse un zapato y revolearlo directo a la sesera de su oponente. Y como bien dije, años más tarde emularía esta misma situación en incontables ocasiones, sólo que munido de dos pistolas descomunales.

Bravucón como era, su mayor placer consistía en hostigar a media humanidad con sus fanfarronadas, y desconfiaba hasta de su sombra (y eso que en su caso era de verdad insignificante!). Probablemente haya tenido que ver en todo este asunto el exceso de mimos. Porque, Narciso fue un auténtico niño malcriado. Su madre, sus tías, sus hermanas, las vecinas... Todas vivían para él. Se pasó la infancia colgado de pollera en pollera. Y más también, explotando a conciencia el precepto que enuncia que no hay flecha más certera para el corazón femenino que la de esos hombres con alguna reminiscencia de "enfant terrible". Y era tal su fe en sí mismo que solteras, casadas o viudas, ¡caían a sus pies cual víctimas de vaya uno a saber qué encantamiento! Nunca necesitó más de una serenata por enamorada. Era una especie de pigmeo irresistible. Esto, sumado a sus aires de coloso, dió motivo a odios feroces y a chanzas más que virulentas (pocas cosas despiertan tanta envidia como un enano con aires de grandeza).

...Pero conoció a Ofelia. (Una mujerota enorme con el genio de un cancerbero). Y desde entonces, Narciso dejó de ser Narciso.

Durante cada una de las noches de todo un verano vivió postrado bajo su ventana, desde donde, iluminada por la luz fosforecente de la luna, repantigada en una mecedora, los pies apoyados en la barandilla, nuestra damisela le consagraba el solaz de sus miradas indiferentes mientras mascaba chiles que pasaba calmosamente con sendos tragos de tequila.

En fin, se enamoró hasta los huesos. Pero, como bien dice el refrán: más le hubiera valido nacer muerto, al pobre. Aquella señora era inconmovible. No hubo serenatas, ni magnolias, ni zarapes, que lograran derretir el hielo de esos ojos negros y filosos. Ya estaban hechos de puro fuego frío, sería eso. Rayos de desprecio le disparaban desde arriba... ¡pobre, pobre desgraciado!

En cuestión de semanas se convirtió en un guiñapo. No entendía. ¡No entendía! La esperaba como un perro, lloviera o tronara, en la puerta de su casa. La seguía a todos lados, a toda hora... Hasta que un buen día...
"¡Pos ya’stá güeno...! ...¡enano de porquería!"
"¡enano de porquería!"...
"¡enano!"...
"¡enano!"...
"¡enano!"...
...

Entonces, desesperado, enloquecido de amor y de despecho sacó su pistola... y le disparó.
No una. Cinco... seis... siete veces.

Ofelia cayó al piso todo lo enorme que era. Un Goliat vencido. Al caer, un chile a medio mascar salió de su boca y rebotó en la vereda.

Él lloró sobre su cadáver tres días y tres noches. Apuntando a todo aquel que osara intentar separarlo de su Ofelia. (Sobra aclarar que jamás en su vida volvió a sentirse tan alto como en aquel momento...)

Algunos dicen que tiempo después rumbeó hacia el sur, a Zacatecas, con Pancho Villa. Otros agregan incluso, que se ganó trato preferencial entre sus huestes gracias a su espíritu indomable y a las casi 100, 300, 1000 almas que mandó para arriba. Pero, la gente agranda las cosas... Nunca se sabe. Y de hecho, esto que conté fue todo lo que se supo de Narciso. ...O más o menos.-

viernes, 1 de junio de 2007

BOCETOS

I

Carromatos fosforecen intermitentemente en la oscuridad, bajo guirnaldas parpadeantes de bombitas de colores.

Risas (la contorsionista y el domador).
Algún que otro relincho perdido.
Algún que otro payaso, zigzagueando borracho por ahí.

II

Tigre viejo y desdentado mea barrotes a la luz de la luna.
A la luz de un sol de noche, acodada en una mesa plegable, La Mujer Barbuda cabecea en medio de una danza de polillas.

III

Tintineos. Silbido. Ladridos de perros.
El viento hamaca la cuerda floja.
El equilibrista se cae de la cama.